La otrora concepción de nuestros perros
vagos se ha convertido paulatinamente en
un problema que trasciende los barrios, en la medida
en que estos también se ven erosionados por la maquina imparable del
crecimiento económico y toda sus
consecuencias.
Ese perro amado por varios vecinos,
alimentado en distintas ollas, hoy se convierte
en un sujeto incógnito, temeroso y perseguido en una ciudad que esta
blindada contra el cariño… que no sabe de comunidad, con plazas eclipsadas y
carentes de niños, hoy por hoy un indicador de estos claros rasgos de
decadencia en los paños territoriales…
¡Los perros y su soledad!
Resulta un poco cómico verlos de esta manera,
pero ellos son los indicadores de un
concepto urbanístico que se nos desmorona el “barrio”.
Reemplazado por espacios inocuos y
olvidados que olvidan a la vez algo más
que perros, encerrando en ellos el misterio de la vida las
calles y la desolación de personas que como perros viven, en una geografía
urbana que llega al alma cuando se hace conciente.
La humedad y la desolación del barrio
puerto, se confunden con el hedor de un mercado Cardonal que adorna de viejas
penas las jardineras añosas de un Valparaíso loco de épocas pasadas, entre el
aliento agitado de un canino amigo que sencillamente es tan paisaje como la
arquitectura ecléctica de esta ciudad, por mucho más calida y con más oportunidades
que el gran cañón de cemento del indolente y gigantesco Santiago.
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